miércoles, 18 de diciembre de 2013

el recolector de relatos. capítulo 4 
el visitante de necropolis

El aire frío del invierno de una tarde que fenecía un día 23 de diciembre, bajo los árboles del Campo Metropolitano, arropaba mi cabeza intensamente, dejando en mi rostro una imagen pétrea, en la que mis ojos y mis cabellos eran lo único que no era inmóvil dentro de ese lugar de eterno descanso.
Tras de mi estaba el camino empedrado que llevaba cómodamente a los visitantes hacia cada uno de los recintos donde sus allegados, familiares o conocidos, les esperaban en eternidad con su nombre labrado en la piedra. Hoy no era un buen día para visitas. La temperatura estaba por debajo de los -5 grados y había caído una gran nevada la noche anterior que había dejado su marca indeleble sobre el paisaje así como también la triste tonalidad gris de la niebla que empezó a bajar al comienzo de la tarde.
Estaba de pie frente a una lápida de granito cubierta casi hasta su tope de nieve, que estaba adornada por dos moribundos ramos de rosas que no resistieron el embate de la naturaleza la noche anterior. Hacía frío, mucho frío, y mi gabardina no bastaba para contener la intensidad del aire gélido que daba contra mi cuerpo. Observe hacia ambos lados de mí y note que no más de 10 personas estaban de visita en el cementerio. Todos luchaban, por no dejarse amilanar por el clima, para quedarse ahí más tiempo, junto a sus seres queridos, pero cualquier tiempo que hubiese disponible siempre sería insuficiente para aquellos que tienen una eternidad por delante o los que tienen el resto de una vida que afrontar.
Yo, en cambio, contemplaba aquella lápida con entereza, con profunda tristeza pero sin doblegarme, como aquellas otras veces lo había hecho, en las vísperas de navidad desde hacía tres años.
En la víspera de aquella fatídica navidad, el trueno de una corneta, el patinar de cuatro llantas, la luz cegadora de dos faroles y el golpe seco de un vehículo descontrolado, marcaron el fin de la vida de mi ser querido. Ese fue el comienzo de mi sufrimiento, y el principio del fin de mi propia vida. La Muerte de forma atropellada y repentina, en un abrir y cerrar de ojos, me había quitado lo que yo más amaba, a mi ser más preciado. Me había arrebatado la vida en sí misma.
Yo le amaba, yo le quería, y jamás me perdoné el dejarle salir esa noche. De haber sido todo distinto, hoy habría estado conmigo en otro lugar, y no a mis pies. Yo habría estado junto a él en otro lugar y no frente a su tumba.
Una señora de mediana edad llegó desde el camino y se aproximó. Me pareció conocida pero no pude recordar donde le había visto. Se detuvo a mi lado y se puso a contemplar la lápida cubierta de nieve. Llevaba un gran ramo de rosas nuevo.
-       Estas son para ti, cariño – dijo mientras se agachaba a colocar las rosas en la base de la lápida.
Me enterneció profundamente el gesto de la señora, que miraba junto a mí la lápida cubierta de nieve y las flores marchitas.
-       Gracias, es un gesto muy amable de su parte – le dije.
-        No hay de qué, cariño – dijo mientras se arrodillaba y sin quitar la vista de la lápida – vamos ahora a quitarle estas flores marchitas y a mandar a barrerle un poco el piso para que no se vea el sitio tan descuidado.
Me quedé observando con ternura a la señora en su labor, tan concentrado en ello que no me percaté de que un señor se había acercado también a nosotros a contemplar el lugar.
-       Buenas tardes – dijo
-       Buenas tardes señor – respondimos la señora y yo casi al unísono
-       Lindas rosas señora –
-       Muchas gracias, bien sabía yo que con la nevada de ayer, las otras flores que le había puesto estarían hoy marchitas.
Comprendí por qué me parecía conocida la señora. La había visto visitar la tumba en los años pasados, sin embargo, no le recordaba porque yo solo visitaba el cementerio en la fecha del aniversario. Yo temía reavivar viejos dolores, culpas y heridas que aún, hasta el día de hoy, no parecían sanar. Deambulé por muchos lados buscando apaciguar mi dolor, pero no fue posible.
-       ¿Le ayudamos a arreglar el sitio? – le pregunté a la señora agachándome
-       No, no no se preocupe – respondió la señora apartando al señor de las rosas que había tocado – de esto me encargo yo. Es mi responsabilidad y puedo hacerlo sola. Gracias.
-       Muy bien, no se preocupe – respondió reincorporándose
-       Solo queríamos ayudar – dije extrañado.
-       No es necesario, de todos modos gracias. Esto es parte de mi rutina – respondió sin voltear
-       Cosas de la edad – susurró el señor echando una vista al cielo
-       Ni que lo diga – le respondí.
Durante varios minutos ambos observamos a la señora arreglar y colocar las nuevas rosas. Nos arrodillamos a su lado mientras ella mandó a llamar a un jardinero para que limpiase los restos de nieve de la lápida y del suelo de la tumba. La oscuridad de la noche había cubierto ya al cementerio, y unas pequeñas lámparas colocadas a ambos lados del camino empedrado, se encendieron para dar luz a los visitantes.
-       ¿Cuánto tiempo tiene aquí su familiar? – preguntó el señor
-       Tres años – le respondí
-       Hoy se cumplen los tres años de aquel accidente – dijo la señora
-       ¿Falleció en un accidente?
-       Sí, señor, muy trágico. Un accidente de tránsito. Lo atropelló un autobús. – respondió acongojada.
-       Lo más triste es que haya sucedido en vísperas de Navidad – continué diciendo
-       Dios, y justo antes de la Navidad, es una pena de verdad – respondió el señor
-       Si, mucha pena, muchísimo dolor – respondió la señora gimiendo levemente y girándose hacia nosotros – Dios, qué mala educación la mía. Me llamo Martha.
-       José, mi señora, José Garcés para servirle – contestó el hombre
-       Federico Alberti, señora, mucho gusto – le respondí.
-       Un placer. Pues sí, toda la familia venía en camino y… – respondió la señora volviendo a mirar la lápida con un nudo en la garganta y el preludio de una lagrima en sus ojos – no entiendo cómo es que…cómo es que.
En ese momento, la señora rompió a llorar desconsoladamente, escondiendo su rostro bajo sus brazos y tapando su cabeza para que no la viésemos sufrir. El sufrimiento de la señora alcanzó la fibra más sensible de mi ser y tuve que retirarme por un segundo y recostar mi cabeza en el tronco de un árbol cercano para tomar aire.
-       Mi señora por favor, ya no deben haber más preguntas – respondió José en tono conciliatorio – ya nuestro finado debe estar en paz con el señor.
-       ¿Será eso posible? – refutó la señora llorando – ¿será posible que en verdad él esté con nuestro señor?
-       Por supuesto Martha – respondí desde el árbol y acercándome nuevamente a la lápida – El fue un buen hombre.
El viento arreciaba con mayor fuerza, y el frío se hacía más intenso, el aire más denso y pesado. La niebla amenazaba con cubrirlo todo penetrando el perímetro de luz que los diminutos faroles del camino dibujaban
-       Estoy seguro que nuestro Señor Jesús lo tiene en su Gloria, y todos sus pecados han sido perdonados, como debe ser – respondió también José
-       ¿A pesar de cómo sucedieron las cosas? – sollozó terriblemente la señora tomando de las manos a José quien, arrodillado junto a ella, le sostenía para que no se derrumbará.
-       Martha, debe usted tranquilizarse – le dije – Dios, tiene un plan divino para todos nosotros que…
-       ¿Y cómo sucedieron las cosas Martha?, ¿cómo ha pasado? – interrumpió José
-       El se suicidó Padre José! – respondió envuelta en lagrimas y gritos de dolor – Él se lanzó justo frente al autobús que venía por la calle. El se mató!
<<Suicidio>>. Eso no era lo que yo recordaba, lo que yo daba por sentado. Me negaba a asumir tal cosa como cierta. Sin embargo, al escucharle, mis ojos se cerraron en un profundo dolor, tan intenso, que una lágrima infinita se derramó por mi mejilla y cayó al suelo de grama, justo detrás de los dos señores.
-       ¿Pero cómo pudo pasar eso? – respondió José consternado – ¿Por qué razón haría él semejante cosa?
-       Su hijo, su hijo murió a principios de ese año de una enfermedad fatal. Leucemia. – respondió Martha en llanto – Él no soportó la pérdida de su único hijo. Abandonó a su familia, esposa, a todos. Y perdió la vida porque no tuvo las respuestas terrenales que buscaba.
Leucemia. Su hijo tenía tan solo 11 años cuando la enfermedad acabó con él. Parte de su vida se había ido con la pérdida de su hijo. Su esposa, incapaz de conectarse nuevamente con él, perdió la batalla para librarle de sus culpas, y tuvo que dejarle para no desvanecerse ella también ante sus propias penurias.
-       Por Dios. – respondió José – Martha, no sé en qué lugar se encuentre él en estos momentos, pero oro con todas mis fuerzas porque allí, donde quiera que esté, encuentre o haya encontrado las respuestas que aquí no encontró.
Los dos señores se hundieron en un llanto mutuo que no pude evitar. Con lágrimas en los ojos, me levante del suelo detrás de ellos y puse mi mano sobre  la cabeza de la señora. Le dije antes de retirarme:
-       Martha estoy seguro de que él, en ese lugar, aún está buscando esas respuestas.
Martha lloró con aún más fuerzas mientras yo empecé a retirarme sin dejar de mirar la lápida y a los dos señores llorar frente a ella, hasta que la niebla no me permitió ver nada más. Me fui, tal cual llegué, de aquel cementerio en el cual yacía mi ser amado y su pequeño hijo, en búsqueda de paz y calma para mi dolor.
El jardinero, con pocos ánimos, se acercó a la pareja de señores para limpiar el suelo de la tumba y su lápida. Los señores se levantaron para permitir el trabajo. El jardinero, con un rastrillo metálico, arrancó de la lápida una capa dura de hielo que tapaba casi todo su frente. Esta se desprendió casi completa dejando limpia la cara frontal de la misma la cual rezaba:
Aquí yace:
FEDERICO ALBERTI
* 13/10/56        + 23/12/2003
Y
DANIEL J. ALBERTI
* 6/01/1992       + 12/02/2003
“Un Padre amoroso y abnegado. Un hijo maravilloso y valiente. Les amaré por siempre”
Recuerdo de su amada esposa/madre
Martha
“Que sus almas descansen en Paz…”



el recolector de relatos. capítulo 3
el hombre lobo que no llego a ser

Todo comenzó un otoño a finales de los ochenta. Dicen algunos entendidos investigadores que coincidió con unas ráfagas electromagnéticas provenientes de la gravedad del lejano Júpiter. Otros indican que se trató de fuerzas de la Naturaleza ligadas a la contaminación producida por el hombre, y los más modernos teóricos coinciden en que la causa fue producida por algún tipo de radiación o nube radiactiva.
Yo no me inclino por ninguna de estas opiniones y aún hoy sigo buscando una explicación más verosímil. Lo cierto es que tan sólo hubo dos casos —conocidos— en todo el mundo. Bórotom Sòktov —no sé realmente cómo se escribe— vivía como pastor ermitaño en medio de ninguna parte, entre montañas y bosques, con una cabaña construida por él mismo veinte años antes, de madera maciza, bien aislada tanto del frío como del calor, de vigas fuertes y resistente a los vendavales.
Subsistía de su rebaño de ovejas, de carne de lobos y jabalíes que cazaba con trampas en el bosque, algunas hierbas y bayas y un improvisado invernadero. Aislado del resto de la humanidad desde los años cuarenta, creía que el mundo había sido dominado por los nazis y que sus montañas impenetrables y sus frondosos bosques le aseguraban ser el único humano libre en todo el planeta.
Aún así conservaba, antes de su desaparición, un pequeño habitáculo rectangular lleno de libros, aproximadamente entre mil y mil quinientos ejemplares, que aseguraba haber leído cada uno al menos tres veces. En aquella humilde —pero a la vez magnánima— biblioteca había un amplio vano por donde entraba la luz y por el cual vigilaba la entrada de la casa, el ganado y el invernadero mientras devoraba sus preciados libros.
Y fue en aquella ventana donde escribió su último mensaje a la Humanidad con el dedo untado en tinta china:
NO SOY
El señor Sóctov fue uno de los extraños casos. El otro caso al que me refiero fue en ese mismo lugar, a escasos treinta metros del invernadero, donde crecía, desde que el señor Sòctov tenía memoria, un hermoso roble «Alto, grueso (…), de ramas fornidas, curtido por el gélido viento de los inviernos y con una maravillosa copa que tornaba del verde claro en primavera, al marrón rojizo como las tejas en invierno», según Soctov —la traducción es mía directamente de su diario personal, original escrito en surzhyk—. Aquél roble y él eran pequeños confidentes. Así lo creía Bórotom, quien cada tarde después de comer se sentaba junto al árbol y charlaba como si se tratase de un viejo amigo. Cada día hablaban de cosas diferentes y banales, como lo mala que había sido la cosecha o la fuerza del río en esa época. La desaparición de ambos duró algo más de un mes. Desde finales de septiembre hasta principios de noviembre.
No hubo un primer síntoma que preocupara a Bórotom, unas fiebres o dolores de cabeza. Nada. Así al menos lo constató día tras día mientras pudo seguir escribiendo. La primera prueba clara se dio un veintiocho de septiembre, bien temprano, cuando Bórotom se despertó de un mal sueño con dificultades para respirar. Se sentó en la cama jadeando y nervioso, como si algo le hubiese despertado. Como notaba cierto malestar, una especie de quemazón en la piel, se levantó al cuarto de baño, suponiendo sería una picadura de algún insecto intruso.
Pero cuando se miró al espejo Bórotom creyó seguir soñando. Se miraba el rostro con los ojos muy abiertos, palpándose las mejillas y el hueco donde debería estar la nariz. Pero no había. No tenía nariz, simplemente había una suave y tersa piel desde su entrecejo hasta sus labios; ni orificios nasales, ni narinas, ni ninguna señal de que nariz alguna hubiese estado allí. Estaba amaneciendo, así que, perplejo, decidió ponerlo por escrito en su viejo diario —que mientras escribo esto, vuelvo a releer una y otra vez—. Sentado en su biblioteca, dispuesto a escribir, fue cuando vio a su roble, que describió de la siguiente manera: «Mi roble, mi viejo amigo alto, grueso y robusto, tiene mellas. Su tronco, plagado de ramas fornidas, curtido por el gélido viento de los inviernos y con una maravillosa copa que tornaba del verde claro en primavera, al marrón rojizo como las tejas en invierno, tiene vacíos. Como burbujas de nada, mordiscos de la noche que le han desfigurado. ¿Le pasa lo mismo que a mí? ¿Habrán sido esos malditos nazis?». Llagados a este punto hay que aclarar que los “vacíos” que describía sobre el tronco del roble, he llegado a comprender —gracias a un primitivo dibujo que adjuntó en sus notas— que se trataba de algo así como esferas, semiesferas más bien, que le faltaban al tronco.
Las notas muestran a lo largo del mes cómo se hace más fuerte su convicción de que la culpa es de los nazis, una especie de método para hacerle salir de sus bosques en busca de ayuda, según él.
La desaparición por taxiomas o desaparición tómica —dependiendo de cómo lo llaman unos u otros investigadores— fue en aumento. En las semanas siguientes no siguió ninguna pauta en concreto, simplemente partes de su cuerpo iban desapareciendo como si nunca hubiesen formado parte de su fisonomía. No todas las voces fueron unánimes, evidentemente. Muchos expertos concluyeron que Soktof sufrió una demencia, un brote psicótico que lo llevó a la automutilación, acompañado de alucinaciones provocadas por un grave síndrome de aislamiento. Estas teorías, a las que me opongo totalmente, salieron a la luz a propósito de las notas de los últimos días del agonizante ermitaño. Y es que, analíticamente hablando, a partir de este punto que os he narrado, todas las notas se tiñen de un surrealismo incomprensible y confuso para todo aquél que no padezca la desaparición tómica.
Los días siguientes a la desaparición de su nariz y de los vacíos del roble, Sóktof comenzó a tener lo que cualquier psiquiatra hubiera diagnosticado como desvaríos o brotes compulsivos de delirio. En este punto de sus notas es cuando ÉL aparece. 
Ese él, que aún a día de hoy intento comprender, es lo que define como el-ser-que-no-es. En palabras de Sòktof: «me acecha, lo sé. Ahora que parte de mi cabeza se ha volatilizado, le presiento más que antes. Es un ente extraño, pero a la vez no es nada. O quizás él sea la Nada; o simplemente la Nada siempre ha sido él…» “El-ser-que-no-es” aparece una y otra vez. En ocasiones arrebatándole él mismo partes de su anatomía.
Más tarde llegaron los vómitos. Vómitos de color pálido, un blanco artificial más parecido a pintura que a un fluido biológico. Pero no era un vómito normal como puede imaginar cualquiera: Sòktov vomitaba imágenes. En el plasma de sus vómitos, de un resplandor radiactivo, Soktov veía imágenes en movimiento, de él mismo, de un entorno pasado que nunca fue real: en sus vómitos veía las imágenes de realidades alternativas y ucrónicas.
Es lo que he podido entender cuando escribía: «(…) y entonces, cuando paran las arcadas y abro el único ojo que aún me ha dejado e-ser-que-no-es, veo aquel tiempo, cuando era joven. En el charco de esa cosa que ha salido de mis entrañas [mi interior] veo situaciones que he vivido, pero que en un momento crucial, el “yo” de las imágenes toma otra decisión a la que tomé realmente en su momento y todo lo que viene detrás es diferente (…)».
Son un total de ciento cincuenta y cuatro páginas —muchas de ella ininteligibles— las que narran de forma frenética las cientos de vidas alternativas que podía haber vivido. El punto crucial, en sus últimas palabras, es angustioso. Su discurso ya no se rige por cualquier atisbo de raciocinio, no atiende a puntuación ni ortografía. Fuese lo que fuese lo que finalmente le ocurrió, pasó de forma muy precipitada: «yaestá al fin viene por mi sangre resplandor soy yo elserquenoes soy yo Yo no quiero ser Amigo Roble viene a mi Dominio Vacío. No soy. No soy no soy no s(…)».
Así concluyen los pocos datos que tenemos de la supuesta existencia de Soktov.
El dolor se hace más intenso. Aún no le he visto, pero quizá, lo que me temo es el momento en que lleguen los vómitos. Esa es la razón de mi obsesión. Me identifico tanto con Soktov, intento buscar una explicación a su agonía cuando lo que en realidad deseo es poder salvarme y evitar mi terrible destino. Pero cuanto más leo y estudio la siseante caligrafía de Soktof, más fuertes son mis convicciones de un final inminente.
Pum pum, pum pum… El sonido es incesante. Es lo que peor llevo. Hará un par de días, habiéndome desaparecido hace una semana la mano derecha, se dibujó en mi pecho, ligeramente por encima del ombligo y ocupando en su mayor parte el lado izquierdo de mi torso, un círculo perfecto, y con él vino el sufrimiento, el monótono e incesante retumbar. Cuando me palpo el pecho y acaricio la suave y lisa textura de mis costillas y esternón, no puedo evitar que un latigazo me recorra de pies a cabeza. El corazón, libre de barreras de carne, músculos y piel, deja escapar su bombeante latido; y créanme que el sonido que produce es más alto de lo que puedan imaginar. Si de por sí evito el quedarme dormido, su sonido me angustia y me da ansiedad. De una forma casi irónica, el sonido de mi corazón me produce taquicardias, por lo que poco a poco voy asumiendo el eterno bucle en el que estoy inmerso. Igual pasa con los pulmones: su continuo vaivén y su intermitente zumbido de inspiración y espiración, me desespera.
En conclusión me resulta muy desagradable mirarme al espejo, pero me obligo a ello para constatar las partes que me van faltando. Apenas puedo moverme de mi habitación. Ya no como, pero tampoco tengo hambre.
¿Qué pasa? ¿Qué es eso? Tengo que levantarme. He oído algo […] 1
Ha sido horrible. No he podido parar de gritar durante… no sé. No percibo el tiempo. O quizás sí. No sé cómo estoy escribiendo, ya no tengo ojos. Mi cabeza se ha mermado a la altura de la nariz. Quizá estoy muerto. Veo pero no quiero ver. Le he visto. Ahora sí. Ya estoy seguro de lo que Soctof decía. ¡Oh, no! Duele. Me dan arcad[as]
* * * * *
Creo que han pasado días. O quizá minutos. Apenas he parado de vomitar. Veo cosas sin mis ojos. No sé cómo ¿estoy quizá muerto y esto es fruto de la eterna locura que es la muerte? Él me acecha. A veces resplandece y a veces me envuelve en tinieblas. Es horrible. Si aún sigo vivo no sé cuánto voy a poder aguantar. Aprieto contra lo que queda de mí el viejo revolver de mi padre, pero en caso de decidir suicidarme no sé dónde disparar para que sea rápido, en teoría no tengo cerebro… ¿cómo es posible esto?
Un momento. Veo… ¿es el Tiempo lo que veo? Otra vomitona no… Demasiado tarde… ahí viene
* * * * *
Es el fin. Lo sé. Él ha venido. Él, que no es Nada. Él quiere enseñarme el tiempo y sus múltiples reflejos. Él, que se ha molestado en mí después de un viaje tan largo… Él. Ya está aquí. Me hace señas. Así es como acaba.
No soy. No soy. Al igual que él, yo seré el siguiente ser-que-no-es. No soy. No soy. No soy.
Angustia. Miedo. Sangre. Temblor. Todo se disuelve. El caos me aplasta. Parece un huracán. Suena demasiado alto. Todo mi ser-que-no-es vibra. Qué tonto he sido. No lo he visto antes.
Terror Pánico Muerte Sentido Tiempo
NO SOY


jueves, 12 de diciembre de 2013

mitos y leyendas. capítulo 2


El 30 de junio de 1971, la nave espacial soviética Soyuz XI puso a funcionar su sistema automático de aterrizaje, después de permanecer 24 días en el espacio. En la base se sintieron satisfechos a pesar de que en los últimos minutos habían perdido contacto con los astronautas: Dobrovoisky, Vlokov y Patsayev. En ese momento comenzaría uno de los misterios más comentados de los años 70.
A pesar de haber perdido el contacto al  atravesar la ionosfera, no había por qué preocuparse pues la nave estaba aterrizando según lo previsto. Pero cuando los técnicos abrieron la portezuela de la astronave vieron que los tres tripulantes  sonreían, pero ninguno se movió ni levanto la mano para saludar. Todos estaban muertos.
Entonces comenzaron las hipótesis para intentar aclarar porque los 3 estaban muertos pero sin ninguna deformación ni rasgo de haber pasado miedo durante el aterrizaje. Primero se le echo la culpa a la descompresión, pero la autopsia no revelo hemorragias internas. Otros sugirieron una trombosis o el pánico que condujo a un paro cardiaco, al pensar los astronautas que se estrellaban sin remedio, pero la sonrisa de sus rostros era un enigma.Pero el último diálogo entre los cosmonautas y la Tierra da motivos para pensar en otra posible hipótesis.
“Aquí Yantar – dijo Dobrovolski – todo va perfectamente a bordo. Estamos en plena forma. Preparados para el aterrizaje. Ya veo la estación. Brilla el sol.”
“Hasta ahora Yantar – respondió el control en la Tierra – Pronto nos veremos en la Patria.
“Inicio maniobra de orientación”.
Según todas las apariencias, estas fueron las últimas palabras registradas. Si hubo algo más, las autoridades soviéticas no quisieron revelarlo. No obstante subsiste un misterio, aún cuando un fallo técnico determinara una descompresión de la cápsula. El examen de la cabina demostró “que no presentaba ningún defecto de estructura”, y que solo la pérdida de una juntura del sistema de cierre hermético pudo provocar la catástrofe.
Un fallo como éste condenaba a los cosmonautas sin posibilidad de escape. Entonces ¿es que no se había previsto nada? Sin traje espacial, sin escafandra, deberían de estar mucho más protegidos contra ese tipo de accidentes. Ahora bien, no era así.
Por otra parte durante el vuelo debería de haberse registrado un descenso de la presión, como ocurrió en el Apolo XIII, en el que fue detectada inmediatamente una explosión en el compartimiento de máquinas.
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Una respuesta al misterio seria dada  más tarde por el doctor Gultekin Gaymec, de origen turco, quien al escuchar la noticia recordó que la intensidad de las cargas eléctricas presentes en la atmósfera responde a ciertos ciclos definidos.
Dedujo que las cargas eléctricas en la ionosfera aumentaron repentinamente hasta extremos que condujera a una aguda alcalosis en los astronautas soviéticos. La alcalosis o contenido alcalino exageradamente elevado en sangre y tejidos, conduce al paro cardiaco. El anhídrido carbónico que se presente en exceso en el organismo provoca rictus en las victimas. Parece entonces que están sonriendo.
El medico hizo pruebas en voluntarios, descubrió una correlación directa entre los pacientes y los ciclos eléctricos atmosféricos: crecía el índice de sodio y colesterol. Además los niveles de potasio descendían, recordemos que el potasio es vital para la correcta actividad eléctrica del corazón.
Estos estudios han ayudado para blindar mejor las naves espaciales, pero también para señalar que los campos eléctricos de la atmosfera, que son provocados por la actividad solar, están directamente relacionados a muchos padecimientos, como los ataques al corazón.
A pesar de tener una explicación científica razonable, aún existen cientos de dudas del porque sonreían los astronautas muertos después de que su nave aterrizara sola.
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La leyenda negra de Marmellar


A la espalda de las montañas de Montserrat, en la comarca del Baix Penedès (Tarragona), y dentro del municipio de Montmell, encontramos el pueblo abandonado de Marmellar, que debe su nombre a un riachuelo que trascurre por las cercanías. Los primeros datos que se tienen sobre este lugar datan del año 1023 y hacen referencia a su castillo e iglesia interior. Se cree que el uso de esta fortaleza estuvo relacionado con la iglesia y así continuó durante varios siglos, siendo la comunidad de Sant Ruf la que establecería allí un convento. La iglesia de Santa María de Marmellar data del año 1149, cuando a las faldas del castillo comenzó a crecer el pequeño pueblo.
Estas sierras de pinos, encinas y brezo, fueron ricas en caza y muy fecundas para la agricultura y el ganado. Pequeños pueblos como Marmellar y cientos de Masías se difuminaban por los abruptos montes, siendo estas tierras lugares prósperos para toda la gente que allí vivió sin demasiados problemas durante el segundo milenio. Del siglo XVII data la iglesia de San Miguel, muestra de que el pueblo continuó siendo un lugar próspero de la zona.
En el siglo XIX, la desamortización en toda la comarca de Montmell y los envites de la guerra, hicieron que la vida solitaria en las masías no fuese demasiado recomendable. Los guerrilleros Carlistas hicieron de estos montes su hogar y lentamente, este pueblo se fue deshabitando hasta que allá por los años setenta, los últimos moradores partieron hacía poblaciones más prosperas. Desde entonces, el abandono total y el vandalismo van haciendo mella en los muros de sus  edificios. Pese a esto, todavía se pueden contemplar los perfiles de su castillo románico, sus iglesias y algunas de las casas. El cementerio, en el que hasta hace un par de décadas reposaban los cuerpos de los hijos de este pueblo, muestra ahora sus nichos blancos y vacíos.
La fama de este pueblo como maldito no viene de épocas remotas. Todo comienza  una noche de San Juan a principios de los años 90. Una joven, no se sabe muy bien si secuestrada o por voluntad propia, conoce a un grupo de jóvenes y es llevada  hasta Marmellar. En las ruinas de una casa es violada y quemada viva y tras estos hechos salvajes, la dejan en el interior de uno de los nichos vacios del viejo cementerio. Unos chavales de la zona encuentran el cuerpo unos días después y relatan que la zona del asesinato se encontraba adornada con diversos símbolos y pintadas de carácter satánico. ¿Ritos oscuros o simplemente un asesinato cruel?
Los datos sobre este asesinato son confusos y han quedado en el olvido, pues a día de hoy, no hay más datos ni culpables.
Esto podría haber quedado como mera anécdota, a no ser porque años después, el 14 de febrero de 1996, otra joven de la zona es secuestrada en una gasolinera próxima y asesinada en este lugar. Esta vez sin ritos oscuros de por medio. Pero a partir de este segundo crimen, la leyenda de pueblo maldito recae en este lugar. Incluso algún dato se recoge sobre apariciones fantasmales de una “Dama blanca”.

La tumba de Mary Jay



Dartmoor es una región situada en el centro del condado de Devon, Inglaterra. Sus paisajes son un bello parque nacional de 953  km² que inspira muchas leyendas, alguna de ellas tan viva como el misterio que rodea a la tumba de Mary Jay.
Dartmoor es muy conocido por ser el escenario de la novela de  Sir Arthur Conan Doyle, “El perro de Baskerville”  (1902), tal vez la más famosa de todas las protagonizadas por Sherlock Holmes, y también por el misterio del sepulcro de Mary Jay.
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A finales de 1700, una niña recién nacida fue abandonada a las puertas de “La Casa de Pobres” de Newton Abbot. Como era costumbre se la dio un nombre común que empezara por la letra que en ese momento tocaba, en este caso la “J”.
Buscando un nombre se la llamo “Jay” que es como se pronuncia la jota en ingles. Y como en el argot de la época también así se las llamaba a las prostitutas se le añadió el nombre de Mary. Mary Jay estuvo en la casa Wolborough hasta la adolescencia, donde cuidaba de los niños más pequeños. Tiempo después fue enviada a la granja Canna a las afueras de Manaton. Allí entro de aprendiz, lo que significaba trabajar tanto en la casa como en el campo. Una vida muy dura con días muy largos y tareas muy pesadas. Un lugar donde una comida caliente y ropa de abrigo eran todo un lujo.
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Al poco tiempo la bella Mary Jay o Kitty Jay como también se la conoce, comenzó a recibir la atención del hijo del agricultor. Quedo embarazada de este y por ello sufrió el rechazo de la familia. Repudiada la echaron de la granja con fama de prostituta. Otra versión de la leyenda dice que fue violada.
Ella sabía muy bien que con ese falso rumor, nunca podría encontrar empleo en la comarca. Tampoco quiso volver a Wolborough por la enorme vergüenza de estar embaraza. Jay acuciada tomó una trágica decisión final, ahorcándose en uno de los graneros cercanos.
Su cuerpo como era costumbre no podía descansar en tierra consagrada. Incluso tras su muerte las 3 parroquias locales de Widecombe-in-the-Moor, North Bovey y Manaton rechazaron enterrarla como suicida que era.
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Por ello sus restos descansan en un cruce de caminos, una tumba muy visitada en la tierra magica de Dartmoor. La leyenda cuenta que este singular sepulcro, siempre tiene flores frescas en cualquier época del año y que nadie las deja. También se dice que la tumba es visitada a menudo por “Los Pixies”, pequeños seres, hadas esbeltas, que viven en los bosques cercanos. Algunos motoristas que han pasado la noche junto al enterramiento dicen que han podido ver incluso la figura del hijo del campesino penando por el alma de J.
Hoy dia Dartmoor se halla bajo la supervisión de la Autoridad del Parque Nacional de Dartmoor (Dartmoor National Park Authority). Ciertas áreas de Dartmoor han sido usadas como campo de prácticas  militares durante más de 200 años. En el resto del Parque se permite la entrada al público. Es un destino turístico popular en Inglaterra, donde la gente visita la tumba siempre cubierta de flores que supuestamente nadie deja.


domingo, 8 de diciembre de 2013

El recolector de relatos. capítulo 2:
Laguna negra

Diario encontrado en la casa bajo investigación. Las entradas a continuación han sido las seleccionadas para el estudio del caso. Leer con cautela.

Aseguro ante el Dios Todopoderoso que rige este universo que no existe mayor tragedia concebida que la que me ha tocado vivir a mí en esta Tierra mía, que aún a pesar de todas estas adversidades me es imposible dejar de querer; aún más que a sus habitantes. A la hora de buscar responsables no soy capaz de señalar con el dedo a nadie (aunque no niego que me encantaría hacerlo), puesto que estas aberraciones sólo pueden ser en contra de la bondad y atentan contra todo orden y naturaleza lógica y racional. Aún con estas ideas claras, no dejo de preguntarme…
¿Es acaso todo esto un castigo? ¿Quizá, inclusive, de orden divino? ¿Hice algo mal? Preguntas todas a las que soy incapaz de encontrarles una solución concreta o una verdaderamente satisfactoria. Es mi existencia misma la que se deshace en cenizas por culpa de esta maldición, de este cruel tormento que desconozco y tampoco logro explicarme con claridad. Creo que sólo Él sabe cuántas personas más en este mundo están en este mismísimo momento compartiendo mi desgracia, mi triste destino en estos precisos segundos, mientras respiro y escribo lo más rápidamente posible lo que sé de mis hechos… provocado todo esto, cual tormenta, por culpa del misterioso, inexplicable e impredecible destino; la condenada diosa de la fortuna que ata nuestras almas a grandes alegrías y horribles desgracias en un mismo y gran paquete.
Ya tan sólo quisiera volver a entender y asumir, racionalmente y sin conflictos, el por qué me ha pasado esto a mí. Quisiera poder encontrar nuevamente la raíz de todo esto… pero eso ya no puedo recordarlo.
Todo este auténtico y desatado caos comenzó, para mí, esta mañana al despertarme de un enigmático sueño, que me dejó profundamente perturbada y preocupada en un principio. A pesar de que la mayoría de las veces me olvido inmediatamente de mis sueños, pude llegar a recordar este por completo; lo que a mi parecer lo tornaba más preocupante. Recuerdo que al despertar me parecía más una señal que un sueño.
Con relación a estos, había muchas veces escuchado antes, de boca de los cotilleos con mis antiguas compañeras de curso, de algunas de mis actuales amigas o incluso de las tardes de ocio en la radio, testimonios insólitos o sorprendentes de señales oníricas y usualmente asociadas a lo divino o a lo espiritual; contado todo aquello en un tono tan alucinante, poco coherente y creíble para mí que siempre me generó una ligera aversión, pues siempre me consideré demasiado racionalista para creerme esa clase de cosas sobre las señales y lo paranormal. Sin embargo, no había conseguido experimentar por mí misma un sueño de aquel tipo, lo que por lo menos en mí había podido crear el escepticismo que llevaba a aquellas evidencias y testimonios… hasta ahora. ¡Oh, Dios Mío! Si entonces hubiera sabido… ¿Habría cambiado algo?
Dentro de mi curioso letargo había tenido la visión de que recorría vastos y largos valles… todos llenos de un maravilloso esplendor, verdes y tranquilas praderas… y hermosos campos llenos de flores y otras maravillas bajo un hermoso sol de verano que irradiaba calma y amor. No podía evitar sentirme libre y feliz en aquel pequeño paraíso lleno de tantas cosas tan simples y tan bellas a la vez. Pero repentinamente vino un cambio en el ambiente. Sorpresivamente me topé en mi camino de felicidad con una enorme y oscura caverna a la que, luego de unos segundos de peculiar duda, finalmente decidí adentrarme… pues basta mencionar sobre mis razones que por algún extraño motivo imposible de describir me sentí súbitamente incapaz de volver mis pasos hacia atrás.
Esta caverna contenía algo inexplicable… que la hacía profundamente llamativa e irresistible. Sentía fluir en mi mente múltiples promesas de goce y felicidad a cambio de mi actual estilo de vida silvestre y relajado. Tentada estaba de partir hacia aquel mundo nuevo que tanto prometía; así que acepté el pacto. Decidí dejar mi vieja vida atrás. Antes de partir, sin embargo, contemplé por última vez toda la belleza que todavía me rodeaba… y que seguiría estando ahí por siempre, y me adentré finalmente en la oscuridad; completando así el intercambio en busca del cumplimiento de aquellas mejores promesas. Pero no pasó mucho tiempo para que me terminara perdiendo en una oscuridad infinita por un espacio de tiempo imposible de calcular por métodos humanos, sin hallar aquello que esperaba encontrar cuando decidí entrar al tétrico antro, donde parecía que cada segundo se me hacía eterno.
El frío que había en el interior me doblegaba, y a medida que avanzaba, con cada paso me sentía más sola y asustada, sumada además la constante y creciente nostalgia por lo perdido. Pero no podía ya regresar. Mi avaricia me había traído y ahora debía pagar mi ingenuidad.
A medida que avanzaba podía percibir cosas a mi alrededor alimentando mis miedos, mientras se ahogaban ellas mismas en la extrema negrura. Sentía cómo aquellas presencias se congregaban lentamente en las sombras y se acercaban reptando hacia a mí. Eran criaturas o entes desconocidos que comenzaron a tocarme con sus asquerosas y pegajosas extremidades mientras avanzaba enceguecida; tornando más pesado mi cuerpo —y dificultando así mi progreso— con aquel desagradable y viscoso toque.
Después de un tiempo indefinido en el que creí que sería absorbida por las monstruosidades en las sombras, se fueron, y no tuve que preguntarme el por qué demasiado tiempo.
La esperanza creció profundamente en mi corazón de nuevo al lograr encontrar la salida de la caverna, que tenía una luz casi enceguecedora que había repelido toda clase de sombras. Luego de unos segundos de espera para que mis ojos se acostumbraran nuevamente a la luz fui capaz de ver el otro lado —La salida—, y detrás yacía aquella hermosa vida de libertad y tranquilidad, que decidí egoístamente abandonar, esperando mi añorado regreso. Sólo se interponía entre mí y la felicidad una oscura laguna… que no suavizaba sus colores ni siquiera con la brillante luz del sol del exterior sobre su extremadamente tranquila superficie.
Y aún así me arriesgué a nadar y cruzar el río para intentar recuperar lo que había perdido. Sin embargo sólo logré avanzar un poco. Repentinamente advertí que mi cuerpo, inevitablemente y para mi absoluto horror, se comenzaba a hundir más y más profundamente en el negro abismo. La sensación tan brutalmente real de ahogo y desesperación que me engullían provocaron que me despertara bruscamente… y al hacerlo en mi cabeza se produjo un enorme dolor que me hizo llevarme ambas manos a ella, en silencio mientras el dolor se esfumaba, semejante a como si en mi mente se hubiera producido una resonancia, un eco infinito; la misma escena repetida miles de veces en el pasado… y repitiéndose en mi presente y mi futuro.
Ya despierta me dirigí hacia la ventana para mirar mi jardín —como hacía todas las mañanas, también esta vez para pasar el mal momento de aquel sueño— y entonces, para mi asombro y desconcierto total, pude ver que habían puesto gruesos barrotes en mi ventana… tras los cuales noté un hermoso día de verano en mi jardín. El agradable viento en forma de pequeña brisa descendió en susurro a mi habitación, acariciando mi cuerpo en aquella cálida mañana.
“Extraño”, pensaba tranquilamente mientras contemplaba el hermoso cielo azul por la ventana de mi habitación, mi pequeña ventana al mundo, “Ayer era un día de invierno”. Entonces, ya intrigada, miré mi jardín más detalladamente y noté las primeras señales de algo irregular y misterioso. El jardín había cambiado casi por completo. Los pequeños árboles que había plantado —y a los que había hecho crecer los primeros centímetros con el cuidado de mis propias manos— ahora habían crecido enormemente y se mostraban hermosos y frondosos bajo el majestuoso y ajeno cielo azul que contemplaba. Otra suave brisa pasó por mi rostro y de pronto sentí profunda curiosidad sobre aquel extraño suceso que había acaecido en mi vida, pues sabía que era física y biológicamente imposible un crecimiento tan rápido… como también un supuesto traslado tan repentino de plantas sin haberlo yo notado de una noche a otra…
Me gustaban, me gustan, las novelas de ciencia ficción y lo relacionado a ello. Han sido la pasión de mis tediosos momentos de prolongado ocio; por esta razón me parecía cosa imposible que estas ideas se aplicaran en la realidad. Y aún así aquellos elementos parecían insinuar que había experimentado una idea tan bizarra como irreal, que se había asomado inmediatamente en mi cabeza: un viaje en el tiempo hacia el futuro. El creer algo así como posible era absurdo, pero me absorbía por completo de curiosidad y de un irrefrenable deseo de creerlo. Revisé con detectivesco detalle mi habitación, pero encontré casi todo igual a como estaba en el pasado; y aunque habían ciertos objetos que parecían cambiados de sitio o que simplemente antes no se encontraban, no encontré elementos que pudieran demostrarlo definitivamente o sacarme de una vez por todas de mi error. Decidí entonces tratar de aventurarme hacia el piso de abajo, en busca de respuestas más satisfactorias a mis fundadas sospechas, ya que dormía en un piso superior.
Lo primero que noté al salir de mi habitación fue el grueso pestillo en la esquina superior izquierda de la puerta, por afuera de mi cuarto. Significaba aquello, para mi sorpresa, que cualquiera podía darse el lujo de encerrarme y tenerme atrapada. Inmediatamente traté de asociar aquello a mi extraño día y mi posible viaje temporal. Pensaba en todas aquellas maneras de atravesar los portales del espacio-tiempo de los viajeros; pero el que venía a mi mente con mas saña era el que yo entendía como un “traspaso completo en el tiempo”, desapareciendo el viajero de su época original y apareciendo años más tarde en aquel mismo sitio… y todo ello sin explicación aparente o racional. Luego pensé en el lógico temor que podría haberse tenido a entrar a aquella habitación por quienes fueran ahora los dueños, pero inmediatamente recordé que mis cosas seguían allí, casi intactas. Antes de investigar más a fondo aquel atemorizante hecho y mis extrañas reflexiones decidí, y con los movimientos más silenciosos posibles, ir al primer piso de mi casa e inspeccionar más a fondo lo sucedido; el descuido de mis captores era una gran oportunidad y quizá podría entender todo lo que sucedía antes de que tuviera de terminar de manera fatal.
Ya solo afuera del cuarto se notaban los cambios; estaban expuestos en el suelo, en las puertas, en cada muralla. Cuadros de toda índole y fotografías en blanco y negro colgaban de las paredes de aquella casa que apenas se parecía a la mía propia. Bajé con sigilo las escaleras y encontré más sorpresas, entre ellas la aparición de un televisor en la sala de estar. Me costó mucho darme cuenta de aquel  simple hecho. Era completamente diferente a los que conocía (y recién estaban entrando al mercado en mi época), pero no me atreví a encenderlo en vista de los ruidos delatores que podría ocasionar.
Al adentrarme en la cocina, que se veía en gran desgaste comparada con todas las otras habitaciones, fui hacia el pequeño cajón de los utensilios y tomé posesión de un cuchillo que guardé cuidadosamente entre mis ropas, con el cual tenía la intención de defenderme en caso de lo peor. Luego, revisando con cuidado las otras habitaciones quedé sumamente impresionada de poder ver y experimentar cosas nunca vistas antes por mí. Había aparatos pequeños que almacenaban música, maquillajes exclusivos, y las formas y colores futuristas eran todos absolutamente absorbentes y atractivos. En un momento incluso me atreví a mirar por una de las ventanas que daba a la vieja calle… y entonces los vi: Hermosos automóviles que se asemejaban a píldoras de lo aerodinámicos que parecían, con colores nunca antes pensados en mi tiempo, avanzaban a toda velocidad por las calles de la ciudad del futuro.
Altamente impresionada y entusiasmada con lo visto y experimentado empecé a imaginarme cómo sería vivir en aquella época… pero fue entonces cuando sentí un ligero dolor en la cabeza. Recordé repentinamente a la gente que estaba dejando atrás, recordé a mis padres… e incluso a mi prometido, con el que me casaría pronto. Me di cuenta de que no importaba cómo fuera el futuro, debía regresar a mi época, debía volver a por ellos.
Recordé que mi amado, precisamente, había pasado la noche en mi casa el día anterior a todo esto… eso sí, en piezas separadas por orden de mis padres que el accedió sin reproches. Las dudas surgieron en mi interior… ¿Sería posible que hubiera viajado conmigo? No quise hacer esperar la respuesta y, con el mayor silencio posible, fui acercándome a la habitación en la cual él debía de haber pasado la noche.
Ahí estaba, con el rostro hacia la pared y durmiendo todavía. Habíamos tenido una noche tensa con mis padres por los asuntos de la boda y le había permitido quedarse en casa con nosotros durante la noche. Al aproximarme a él no pude evitar actuar un poco impaciente por lo vivido y le sacudí, contándole lo que había visto. Aún así, se veía bastante renuente a despertar. Una vez que sentí que despertaba le hablé otra vez sobre lo visto de una manera que considero fue demasiado apresurada, haciéndole caer como una lluvia todas las ideas y cosas que habían pasado.
—Déjeme dormir por favor, señora—fue lo que me dijo, para mi completa y auténtica sorpresa, pues parecía encontrarse aún bajo aquel delirio del sueño, en el que hablamos tonterías en un estado de casi total inconsciencia.
—Cariño, ¿de qué estás hablando?… Soy yo, ¿Es que acaso estás ciego? —dije bromeándole, sonriéndome ante la situación—. Ven conmigo, quiero mostrarte lo que he visto.
Pero al voltearse, abrir los ojos y despertar por completo al momento en que decidí tomar su brazo se apartó de mí, y tomando distancia, inmediatamente profirió en gritos de auxilio. Me di cuenta entonces de que ese hombre no era mi novio… sino alguien o algo más que probablemente había tomado su forma para engañarme.
Retrocedí aterrorizada… pero ya era demasiado tarde. Personas llegaron rápidamente y me retuvieron lo más fuerte que pudieron… ¡Me habían capturado! Hice uso de todas mis fuerzas… pero era inútil intentar resistirme. Me llevaron a la fuerza de vuelta en mi habitación y cerraron la puerta. Había vuelto a ser su prisionera al escuchar el sonido del pestillo correrse, atrapándome ahora en la habitación, y dejándome con miles de preguntas aún sin responder. ¿Quién o qué eran exactamente aquellas personas en realidad? Lo desconocía por completo, pues en base a todo lo experimentado ya en nada ni nadie podía llegar a confiar.
Pasaron unas cuantas horas en las que me recosté en mi cama a meditar al respecto, un poco más tranquila; cuando se escuchó nuevamente el ruido de pasos y del pestillo al correrse. Aquellos humanos —al menos en apariencia— reaparecieron todos juntos en la habitación-prisión. Dijeron que querían hablar.
Tristeza se veía en sus rostros, y algunos tenían la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo, como si no tuvieran el valor de mirarme a la cara. Lo que dijeran podía ser interesante, así que presté cuidadosa atención a las palabras de quien parecía ser el encargado de hablarme, un hombre adulto, un poco mayor que yo:
—Pido disculpas por como la tratamos hace un rato. Me temo que nos tomó por sorpresa —dijo el adulto, en tono afligido—, pero necesita saber la verdad sobre lo que está sucediendo… responderemos a sus dudas… pues ya las sabemos.
—Entonces díganme que está pasando aquí… ¿Por qué estoy encerrada?, ¿Por qué ha cambiado todo a mi alrededor?, ¿Donde están mis seres queridos?. Ya que responderá mis preguntas, no sólo quiero saberlo… ¡Sino que exijo saberlo!—exclamé, intentando mantener mis modales pero aún así estando claramente alterada por todo lo pasado.
—Si me permite hablar sin interrupciones, le explicaremos todo. No nos recuerda, pero nosotros somos parientes suyos. La “encerramos” porque estamos esperando una confirmación para internarla. Usted tiene alzheimer avanzado y por ello no nos recuerda. Nosotros… somos sus hijos.
Silencio… era la respuesta absoluta en medio del caos en el que ahora todo se había convertido. No podía creerlo… no debía creerlo… ¡Debía ser mentira! Quedé completamente impactada por semejante posibilidad… y entonces instintivamente miré mis manos, aún incrédula. Y para mi horror éstas estaban terriblemente arrugadas y viejas. Me sentí entonces en un cuerpo ajeno al mío ¿Quién era yo realmente? Corrí entonces en búsqueda desesperada de un espejo en el cual poder confirmar aquellas palabras. Y al mirarme en el reflejo, oh Dios mío, apiádate por favor de esta alma atormentada… ¡Me vi a convertida en una decrépita anciana!
En ese instante, cualquier vestigio de cordura que hubiera conservado en ese momento, y que me permitiera recordar mis actos, se esfumó como una brisa en el aire. Pues caí bajo el hechizo de un frenesí inexplicable provocado por lo imposible… por lo horrendo e inexplicable. Por lo inaceptable…
Cuando recuperé la conciencia estaba de vuelta en mi cama tal como había despertado en la mañana. Creyendo que lo pasado había sido sólo una pesadilla, intenté levantarme, para darme cuenta del enorme cansancio que esto acarreaba. Entonces me di cuenta que nada había sido producto de mi mente y que realmente era una miserable anciana con amnesia…
A pesar de todo el esfuerzo que significaba, decidí por el bien de mi cordura intentar asumir por el momento aquel cruel hecho que una vez más quería arrojarme por la horrible y sanguinaria boca de la locura, al empezar a sentir ya el deseo del señor del Caos en mi interior. Llamé a gritos a quien fuera que pudiera acudir a mi. Necesitaba saber un par más de cosas…
Cuando apareció uno de ellos, el cual era para mi desgracia aquel mismo hombre que me había revelado aquel horror, no pude evitar romper en llanto; siendo consolada por este hombre que decía ser uno de mis hijos. Toda mi juventud, todos mis sueños, todo lo que quería ser y vivir… todo perdido para siempre.
Por un simple error había quedado la puerta abierta la noche anterior. El chico con el que había tenido el encuentro era mi nieto y me había casado con mi novio, el cual había muerto de cáncer hace un par de años atrás. A esas alturas yo ya tenía la enfermedad y apenas podía recordarlo.
Lloré y seguí llorando. El dolor era mucho. El adulto por su parte me consolaba… dijo que todo estaría bien mientras él estuviera cerca. Esto, por supuesto, ni siquiera podía confortarme una décima parte de todo el dolor que sentía y no podía sentir ninguna cercanía ni estima hacia aquella persona, aún cuando pudiera haber sido verdaderamente un hijo mío. Después de un rato, en el que quiso dejar que me recuperara de la pena, vino otra vez con comida para mí y aprovechó de hacerme entrega de un diario. Al abrirlo pude descubrir para mi espanto que estaba escrito por mi propia letra. Este gesto, además de destruir toda esperanza de una pesadilla, o de alguna otra irrealidad, me demostró la absoluta y triste realidad de mi situación. Me dijeron que hace unos días había perdido este diario que leía cada vez que despertaba, y que esto hacía mi vida algo más llevadera. Desgraciadamente, esta desaparición habría provocado los sucesos que acaecieron. La idea, curiosamente, la habían sacado de una película de humor que habían visto hace unos años atrás. Ya me olvidé del nombre.
Y así terminaron las cosas para mí: Condenada en este cuerpo de anciana para siempre, e incapaz de recordar aquel pasado que tantas páginas en este diario parecen rememorar parcialmente o a veces buscar al igual que yo. Cuando miro mis manos… cuando me miro al espejo, no me reconozco a mí misma. Es como estar en un cuerpo ajeno en otro tiempo. Pero ya nada puedo hacer, salvo escribir hasta que incluso esto haya olvidado o hasta que la muerte quiera llevarme lejos de todo este dolor y lamento. Les he pedido a estas amables personas que parecen preocuparse de corazón por mí y mi salud que mantengan cerrada la puerta otra vez para evitar que les pueda hacer daño a ellos o a mí misma. Tristemente aceptaron a mi petición, y no creo volver a verlos otra vez. Yo por mi parte trataré, con el uso de este diario, de vivir…
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¿Creer o no creer? Es como si otra persona hubiera escrito aquellas palabras anteriores. ¿Es que realmente soy esta… cosa? ¿Qué pasó conmigo? Solía ser una simple joven… ¿Cómo puede ella simplemente aceptarlo? Es mi letra, lo reconozco. Pero toda esta situación me es inaceptable. Asumirlo me desola, me destroza.
El sueño lo compartimos… ¿Es eso? No comprendo. No comprendo nada. Espero que la otra mujer —mi otro yo— que lee estas líneas lo comprenda. Porque para mí esto es la muerte. Todo esto es la muerte misma; llevándose un trozo de mi alma cada vez que el olvido me ataca. ¡Alma! ¿Realmente tengo una? Quisiera creerlo. Pero todavía no comprendo nada…
Es hora de dejar de escribir. Es hora de morir…
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¡No! Esto no puede ser morir… ¡No puede ser posible! He visto esta vejez y esta decrepitud. He sentido la agonía, pero esto no puede ser morir. Esto es peor que eso, peor que la muerte. Lo que escribo está dejando de tener sentido… ¿La vejez me está afectando? ¿Hace cuanto tiempo habré escrito la entrada anterior? ¿Realmente hay más gente en esta casa? ¿Me han abandonado, quizás?
Veo comida en una bandeja. Probablemente vienen de vez en cuando y se apenan de mi progreso. Internarme, ¿No? Eso decía yo unas cuantas entradas atrás. No comprendo…
¿Qué pasa conmigo? Yo no soy así. No puedo deducir ya ni las cosas más fáciles. Es como si mi cerebro se estuviera derritiendo. Dolor. No aguanto más…
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Miedo. Encontré un cuchillo de cocina escondido en mis viejas ropas. Seguramente no lo notaron o no lo han echado de menos. Miedo. Debe haber una forma de regresar al pasado y abandonar este asqueroso cuerpo de anciana. Miedo. Puedo sentirlo, incluso ahora, como la muerte asoma sus horrendos ojos a través de la ventana. ¡No me llevarás contigo, inmunda! Me abriré paso fuera de este lugar… ¡¡Aunque deba derramar sangre para ello!!
Miedo.
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Vida Dolor Muertos Sangre partes Olvido temporal razón cordura perdida comida gente casa
nO morIr
No mOrIr
no MoriR
no morir no morir no morir no morir no morir no morir no morir no morir no morir no morir no morir no morir no morir no morir no morir no morir no morir…………
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aaurghj saou mauoch poeininsoaidmai jorrt gaoud polizz leeathh mieeie aaaouths aouf hierrr aahiuuuuhdennnmeee puorr fooavvorr niuooooohhhh
eisshtya iez leeaaa lagghuuneaa neiivgrrraa!!
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Apenas percibible por la mayoría de los lectores, en esta última entrada escribe para pedir un desesperado auxilio ante su condición en constante degradación. Cabe mencionar que se presume escrito en dos idiomas distintos; aún cuando no hay registros de que la autora supiera escribir en inglés, y pese a que el escrito esté claramente distorsionado. Se necesita más investigación para confirmar esta hipótesis.
Esta entrada es la última que puede entenderse. Producto del quiebre mental, todas las demás entradas que le suceden, cinco en total, tienen las páginas arañadas o rotas, caracteres ininteligibles esparcidos sin coherencia y rayas sin sentido a lo largo de las páginas. Éstas están presentes no sólo en el diario sino también en toda la habitación y las contiguas donde ocurrieron los asesinatos.
La autora aún no ha podido ser encontrada, pese a los esfuerzos.